¿Dónde dejaste las palabras, Sofía, esa tarde de cenizas grises y pan con gusto a pobre?...
No hay defensa más gratuita que el triste sueño en tus pupilas, no lo pierdas, no lo cuentes, no lo cumplas mientras sean tus huesos más baratos que tu ropa. No lo sueltes, que es un perro hambriento devorándome el pellejo, mi sonrisa de conejo, los zapatos viejos y los ecos que todavía llevo puestos, amarrados a la sombra gacha y encorvada que me roba las pisadas.
Y no te escondas de sus risas, Sofía, que las carcajadas se le caen podridas de su hocico hermoso con olor a chicle, color de rosas y colonias caras de putas baratas, Sofía, no lo valen, pues no hay orgasmo mas tacaño que el que llueve entre sus piernas, es de-sierto como tú silencio, es envidia como tu deseo de florecer un jueves, en el techo de un agosto derrumbado por el miedo de los viejos, que rezan por pasarlo.
¿Dónde dejaste las palabras, Sofía, esa tarde de martes con olor a jueves?...
lunes, agosto 24
lunes, agosto 17
Ahora
lunes, agosto 17
3
Sofía despierta, en un día como todos los ya pasados; un día casual, normal y corriente. Pone a sonar algo de música; se decidió finalmente por algo de Carlos Alberto Solari. Luego abre de par en par la ventana. Poco le importa el frío que marca el termómetro del noticiero, pero sí puede sentir el hielo en sus blancos dedos del pie. Como todas las mañanas, salió e su cama apresurada sin ponerse las pantuflas.
—¿Dónde he dejado el sostén?— Se pregunta dando vueltas en círculo. Odia tener que usarlo, pero es otra de las tantas reglas femeninas a seguir, sin objeción. Debe vestirse rápidamente luego de la ducha bien caliente.
Sale del baño con su pelo totalmente mojado y sus mejillas hechas un fuego. Derrama algunas cuantas gotas en el camino y desaparece en la cocina. El café es su complemento necesario para cada mañana. Empuja el tarro de azúcar con un tonto movimiento. Éste estalla en varios pedazos. Barre los vidrios rotos que luego arrincona en un sutil lugar. Olvidó dónde está la pala, para poder recoger los restos. Disfruta levemente de su café. Logra recordar la ubicación del sostén.
En su afán por encontrarlo velozmente, olvida lo que ha quedado del frasco de azúcar en su piso. Siente un fuerte ardor. Un pequeño vidrio ha ingresado en la planta de su pie. Varias manchas rojas deja en el lugar.
—Las llaves. Dónde carajo están las llaves— repite una y otra vez. Cómo saldrá de su casa sin ellas, ¿cómo?; es en lo único que piensa.
El colectivo pasa frente a sus narices. Siempre le sucede igual y promete salir de su hogar cinco minutos antes. Promesa cada vez más lejana.
Cuando consigue un asiento en el bus siguiente dirige su mirada hacia la ventanilla. Descubre que en la cadena de favores ningún objeto está de su lado, ninguno está en su favor: no habría lastimado su pie si hubiera descubierto el escondite de la pala, si no hubiera empujado tontamente el frasco de azúcar, si hubiera tenido las pantuflas puestas, si no tuviera tanta prisa...
A decir verdad, a veces no entiende por qué se apresura en todo momento; por qué vive atormentada con el tiempo, con su propia ansiedad, si nadie la espera en ningún lugar... Nadie.
—¿Dónde he dejado el sostén?— Se pregunta dando vueltas en círculo. Odia tener que usarlo, pero es otra de las tantas reglas femeninas a seguir, sin objeción. Debe vestirse rápidamente luego de la ducha bien caliente.
Sale del baño con su pelo totalmente mojado y sus mejillas hechas un fuego. Derrama algunas cuantas gotas en el camino y desaparece en la cocina. El café es su complemento necesario para cada mañana. Empuja el tarro de azúcar con un tonto movimiento. Éste estalla en varios pedazos. Barre los vidrios rotos que luego arrincona en un sutil lugar. Olvidó dónde está la pala, para poder recoger los restos. Disfruta levemente de su café. Logra recordar la ubicación del sostén.
En su afán por encontrarlo velozmente, olvida lo que ha quedado del frasco de azúcar en su piso. Siente un fuerte ardor. Un pequeño vidrio ha ingresado en la planta de su pie. Varias manchas rojas deja en el lugar.
—Las llaves. Dónde carajo están las llaves— repite una y otra vez. Cómo saldrá de su casa sin ellas, ¿cómo?; es en lo único que piensa.
El colectivo pasa frente a sus narices. Siempre le sucede igual y promete salir de su hogar cinco minutos antes. Promesa cada vez más lejana.
Cuando consigue un asiento en el bus siguiente dirige su mirada hacia la ventanilla. Descubre que en la cadena de favores ningún objeto está de su lado, ninguno está en su favor: no habría lastimado su pie si hubiera descubierto el escondite de la pala, si no hubiera empujado tontamente el frasco de azúcar, si hubiera tenido las pantuflas puestas, si no tuviera tanta prisa...
A decir verdad, a veces no entiende por qué se apresura en todo momento; por qué vive atormentada con el tiempo, con su propia ansiedad, si nadie la espera en ningún lugar... Nadie.
viernes, agosto 7
Siempre puedes olvidar
viernes, agosto 7
2
Una noche de insomnio, como tantas otras noches pasadas, Sofía se sentó frente a su ventana. Encendió un cigarrillo y miró el paisaje que se le presentaba; por más oscuro que fuera ella lo conocía bien. Entendía no poder ver los árboles pero poco reparaba en ello, porque con sólo oír el movimiento de sus hojas, provocado por la brisa, ella sabría que estos seres que formaban parte de su paisaje estarían allí... acompañandola.
Concluía con el único remedio para su desvelo, pues, ya había intentado con otros métodos, pero nunca había conseguido el sueño. Por eso, este hecho logró convertirse en su rutina nocturna.
A pesar de aborrecer todas, o casi todas las rutinas cotidianas, no podía quejarse de esta misma, ya que pertenecía a su propio beneficio.
Luego de varias noches en vela, Sofía descubrió algo completamente efímero; pero este algo logró cambiar su modo de ver las cosas. El suceso era leve y ruidoso: un avión, a lo lejos, aparecía por el oeste y se perdía en el este. Comenzaba el recorrido a su derecha, y se perdía de vista a su misma izquierda. Poco importaba, realmente, la ubicación del objeto volador. Como todos los entes que pasan por la Tierra: descubre su andar en un extremo y, siempre, sin excepción, se pierde en el otro extremo.
Se preguntaba si esta cuestión, que poco o nada tenía de extra-ordinario, podría llegar a responder una de sus tantas preguntas. Las cosas simples siempre suelen hacerlo. Y así fue: descubriendo el andar del avión y el lejano pero hermoso destello de una estrella, Sofía halló una convincente respuesta.
Su libertad no la encontraría en la verdad. Tampoco en sus sentimientos. Y mucho menos en su pensar. Su libertad no dependía de encontrarse detrás de unas oxidadas rejas. Tampoco la descubriría sin pertenecer a alguna persona determinada. Mucho menos buscándola.
La Libertad la hallaría cuando, como aquel avión, descubriera su propio vuelo al fin.
Porque en el fondo, el misterio, sólo será esa gran estrella.
Dedicado a mi compañero Bang, Bang...
Concluía con el único remedio para su desvelo, pues, ya había intentado con otros métodos, pero nunca había conseguido el sueño. Por eso, este hecho logró convertirse en su rutina nocturna.
A pesar de aborrecer todas, o casi todas las rutinas cotidianas, no podía quejarse de esta misma, ya que pertenecía a su propio beneficio.
Luego de varias noches en vela, Sofía descubrió algo completamente efímero; pero este algo logró cambiar su modo de ver las cosas. El suceso era leve y ruidoso: un avión, a lo lejos, aparecía por el oeste y se perdía en el este. Comenzaba el recorrido a su derecha, y se perdía de vista a su misma izquierda. Poco importaba, realmente, la ubicación del objeto volador. Como todos los entes que pasan por la Tierra: descubre su andar en un extremo y, siempre, sin excepción, se pierde en el otro extremo.
Se preguntaba si esta cuestión, que poco o nada tenía de extra-ordinario, podría llegar a responder una de sus tantas preguntas. Las cosas simples siempre suelen hacerlo. Y así fue: descubriendo el andar del avión y el lejano pero hermoso destello de una estrella, Sofía halló una convincente respuesta.
Su libertad no la encontraría en la verdad. Tampoco en sus sentimientos. Y mucho menos en su pensar. Su libertad no dependía de encontrarse detrás de unas oxidadas rejas. Tampoco la descubriría sin pertenecer a alguna persona determinada. Mucho menos buscándola.
La Libertad la hallaría cuando, como aquel avión, descubriera su propio vuelo al fin.
Porque en el fondo, el misterio, sólo será esa gran estrella.
Dedicado a mi compañero Bang, Bang...
miércoles, agosto 5
el derecho que le otorga el recordar
miércoles, agosto 5
1
Cuando las horas caen dormidas en la alfombra, Sofía las cubre con su manta para no recordar. A algunas les roba una palabra, un olor o un sentimiento, y los guarda entre las páginas amarillentas de algún libro que cuenta historias a las pelusas del placar. Así, esas historias inventadas por otros ahora le pertenecen por derecho, el derecho que le otorga el recordar. ¿Como no van a ser de ella los cabellos largos del amor y otros demonios, si llevan su olor?, y las ultimas palabras de la niebla ¿acaso no las dijo hace unos días, en los brazos del sofá mientras tomaba el primer café de la mañana? Sí, si las dijo, las dijo y las pensó, porque ella no acostumbra a hablar sin pensar, al menos un segundo antes, el peso de las palabras que dispara por su boca, que es del calibre veintidós, especial para un crimen pasional, para dejarte los pelos de punta si se olvida del segundo, del seguro que lleva ante la, a veces necesaria, impulsividad.
domingo, agosto 2
Credulidad
domingo, agosto 2
7
"Las uvas viejas de un amor en el placard, son esas cosas que te están amortajando... Haciendo esta salvedad, tu mente ya estará progresando." Pescado Rabioso.-
Era una noche fría en la casa de los espíritus. Las ratas se habían multiplicado, pues en la última visita sólo parecían ser cinco asquerosos roedores corriendo y ocultándose en la gran casona.
Sofía se encontraba tendida en una antigua cama, llena de telarañas, suciedad y vaya uno a saber cuántos otros animalitos de dios. Desde el dormitorio podía oír el movimiento de cada roedor en el piso inferior, y sólo con eso le alcanzaba para repugnarse.
Odiaba estar en ese lugar, pero una noche a la semana le tocaba pasar la estadía allí... Llegaron los ruidos usuales en la gran ventana frontal.
Cabía en su cabeza pensar que eran sólo las ramas del gran naranjo seco ubicado en la entrada, pero ella sabía que no era así: el gran monstruo azul había logrado atraparla nuevamente, y esa noche era algo más que aterradora.
Mientras secaba las lágrimas con su sweater esperaba la llegada de su salvador; algún noble caballero que se atreviera a sacarla de ese espantoso lugar habitado por el gran monstruo azul. En vano, lloró y esperó. El héroe nunca llegó.
En ese momento Sofía despertó y volvió a perderse el final de su horroroso sueño. La pesadilla se había acabado sin un anunciado cierre de novela. O quizá la historia siempre terminaba así, esperando inútilmente a un superhéroe.
De nada sirve, a veces, mirar más a lo lejos en un paisaje azul. De nada sirve mirar donde solamente hay: nada.
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