Cuando las horas caen dormidas en la alfombra, Sofía las cubre con su manta para no recordar. A algunas les roba una palabra, un olor o un sentimiento, y los guarda entre las páginas amarillentas de algún libro que cuenta historias a las pelusas del placar. Así, esas historias inventadas por otros ahora le pertenecen por derecho, el derecho que le otorga el recordar. ¿Como no van a ser de ella los cabellos largos del amor y otros demonios, si llevan su olor?, y las ultimas palabras de la niebla ¿acaso no las dijo hace unos días, en los brazos del sofá mientras tomaba el primer café de la mañana? Sí, si las dijo, las dijo y las pensó, porque ella no acostumbra a hablar sin pensar, al menos un segundo antes, el peso de las palabras que dispara por su boca, que es del calibre veintidós, especial para un crimen pasional, para dejarte los pelos de punta si se olvida del segundo, del seguro que lleva ante la, a veces necesaria, impulsividad.
miércoles, agosto 5
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1 comentarios:
Me recuerda a mi Mal de Montano.
Qué decirle vecino, ya sabe usted mucho más de Sofía que yo. No pude evitar dejarla escapar en mis propias historias.
Me alegra verlo de nuevo por aquí, y con esta hermosa entrada.
Un beso.
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